La meditación, sin el aleteo de un solo pensamiento con sus interminables sutilezas, es puro gozo. La meditación es una observación desde el vacío donde ha cesado todo movimiento de la mente. Un vacío que no ha conocido el espacio. Un vacío de tiempo. En este vacío hay furia, la furia de la tempestad, la furia del universo en explosión. Es la furia de la vida, de la muerte y del amor. Es un vasto, ilimitado vacío que nada puede llenar jamás, ni transformar, ni abarcar. La meditación es el éxtasis de este vacío.
En medio de la noche, en la calma que sigue a la tormenta y al relámpago, el cerebro está completamente quieto y la meditación es una apertura dentro del inmenso vacío. Solo existe una atención despierta en la que el origen del pensamiento ha cesado sin esfuerzo alguno. Esta atención oye la lluvia, escucha sin interpretar y observa sin el conocimiento. La meditación es de una pureza que todo lo deshace sin dejar residuos; y donde nada existe. Como nada existe, ello es. Es la pureza de toda esencia. Esta paz es un vasto, ilimitado espacio de inmensa vacuidad.