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La Excursión a El Piélago

10/03/2009

El pasado domingo estuvimos de excursión un grupo de 23 personas y un perro. Salimos de Madrid a la hora prevista y en una hora estábamos en La Badía. El tiempo era espléndido y más teniendo en cuenta el temporal que habíamos tenido sólo 48 horas antes. Al poco de llegar a La Badía fueron llegando los que venían de otras zonas. Cuando estuvimos todos volvimos a coger los coches y en menos de media hora subimos a la montaña, a El Piélago.

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Nada más empezar nos tocaba subir un repecho de unos 200 metros para después llegar a las ruinas de la ermita. La vista es espléndida. Al sur Talavera y el río Tajo. Más al este, el río Alberche con el embalse de Cazalegas. Al oeste, el valle del Tiétar con Gredos cubierto de nieve. Y al norte los bosques de robles y pinos que se extienden por gran parte de la sierra de San Vicente.

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Después de un rato contemplando el paisaje bajamos hacia el Convento donde comentamos que a partir del próximo mes de mayo comenzaremos, en ese lugar, los “Retiros de Silencio”, un sábado al mes. Volvimos campo a través al camino y nos detuvimos un instante para admirar un hermoso “nevero” de piedra donde los monjes antiguamente guardaban la nieve.

Emprendimos la marcha caminando durante dos kilómetros, ya por un buen camino, y aprovechamos una explanada muy soleada para recuperar fuerzas, charlar, bromear y hacer grupo. En ese punto el paisaje cambiaba pues ya divisábamos al norte una gran extensión del Sistema Central todavía con nieve en sus cimas.

Proseguimos el camino descendiendo y adentrándonos en el bosque. A nuestra derecha, hacia abajo, contemplábamos algunos pueblos, diminutos en la distancia. El más cercano es El Almendral de la Cañada que tiene su nombre por la Cañada Real Leonesa que le cruza  buscando las tierras de Extremadura. Allí, también nació Ana del Almendral, fiel colaboradora de Santa Teresa de Ávila.

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Después de varios kilómetros de tranquilo caminar descubrimos varios manantiales que nos indicaban la cercanía de los antiguos huertos de Navamorcuente. Y, sobre todo, nos ponía en alerta a algunos de que la cabaña de Miguel Jerónimo podría aparecer como por encanto entre la maraña de robles. Dejamos la plácida pista y, pasado un pequeño  y complicado trecho, surgió la terraza de terreno donde se asienta. La visión del valle y de la pared rocosa de Gredos era espléndida. El lugar invitaba a la contemplación. El tiempo era ideal  y el sol algo poniente nos calentaba por el costado izquierdo. Unos se sentaron a comer de nuevo, a otros el cuerpo les pedía recogerse en silencio y se alejaron del jaleillo. Pero todos mirábamos complacidos los árboles, la nieve lejana y la inmensidad que abarcaba nuestra vista. Valía la pena haber madrugado un domingo.

El tiempo pasó sin darnos cuenta y como todavía nos quedaba una hora hasta Navamorcuende -donde habíamos dejado los coches-, emprendimos el último trayecto de nuestra excursión. Por suerte durante toda la bajada un sol suave nos acompañó de cara. El camino era más angosto que por la mañana, y a veces las jaras y las retamas rozaban nuestro cuerpo como si nos saludaran. La charla era distendida y se formaban pequeños grupos, se oían risas y bromas, y pronto estuvimos en el punto de llegada.

Detrás de nosotros la montaña se cubría de sombras y nos fuímos despidiendo después de un día inolvidable.

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Actualizacion: Se ha añadido un enlace con información sobre cómo llegar a la Badía.